jueves, 15 de septiembre de 2011

Tienes más cuento que Calleja: "Rapunzel"

Bueno, como esto al fin y al cabo es una alternativa al aburrimiento y acordándome de una tarde de risas con dos amigos me he propuesto hacer un llamamiento a todas esas expresiones y chistes que nos encantan y que comparan nuestro monótono mundo con la burrada personalizada del populacho que al fin y al cabo somos y nos encanta ser... ¿Y como? A modo de historia, más en concreto a modo de cuento... y con uno con el que me identifico mucho gracias a mi buen amigo Juanajor. Va por tí, pequeño:

"Otra Rapunzel es posible"


"Había una vez una pareja que desde hacía mucho tiempo deseaba tener hijos. Esperaron más que el comentarista de Oliver y Benji y aunque la espera fue más larga que un día sin pan, por fin, sus sueños se hicieron realidad.


La futura madre miraba por la ventana las lechugas del huerto vecino porque tenía más hambre que piojo de peluca. Se le hacía agua la boca nada más de pensar lo maravilloso que sería poder comerse una de esas lechugas.
Sin embargo, el huerto le pertenecía a una bruja mala, más mala que un canapé de Whiskas y por eso nadie se atrevía a entrar en él. Pronto, la mujer ya no pensaba más que en esas lechugas, y por no querer comer otra cosa empezó a enfermarse. Su esposo, más preocupado que D'artacan con moquillo, resolvió entrar a escondidas en el huerto cuando cayera la noche, para coger algunas lechugas.

La mujer se las comió todas, con más ansia que Gollum jugando la final de la NBA, pero en vez de calmar su antojo, lo empeoró. Entonces, el esposo regresó a la huerta. Esa noche, la bruja lo descubrió.

-¿Cómo te atreves a robar mis lechugas? -chilló.

Con más miedo que siete viejas, el hombre le explicó a la bruja que todo se debía a los antojos de su mujer.

-Puedes llevarte las lechugas que quieras -dijo la bruja -, pero a cambio tendrás que darme al bebé cuando nazca.

El pobre hombre, más tenso que el arco de Orzowei no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto nació, la bruja se llevó a la niña, y la llamó Rapunzel. La niña, era más delgada que la etiqueta de un Biomanan y más guapa que la cuenta corriente de Naomi Campbell y cada día que pasaba lo era más y la bruja decidió entonces esconderla para que nadie más pudiera admirarla. Cuando Rapunzel llegó a los doce años, la bruja, más enfadada que las señoritas de Avignon con Picasso después de pintar su cuadro, se la llevó a lo más profundo del bosque y la encerró en una torre sin puertas ni escaleras, para que no se pudiera escapar. Cuando la bruja iba a visitarla, le decía desde abajo:

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza rubia, más larga que la infancia de Heidi, y la bruja subía. 

Al cabo de unos años, un príncipe más perdido que Wally en el frente atlético, pasó por el bosque y escuchó la voz melodiosa de Rapunzel, que cantaba más que un mosso d'esquadra "indignado". El príncipe se sintió atraído por la hermosa voz y quiso saber de dónde provenía. Aunque finalmente halló la torre, como era más inútil que el sentido de la vida de un Madelman no logró encontrar ninguna puerta para entrar. El príncipe quedó prendado de aquella voz e iba al bosque todos los días, porque era más pesado que un collar de melones. Por las noches, regresaba a su castillo más solo que un freelance en la cena de navidad de la empresa, sin haber encontrado la manera de entrar. Un buen día, vio que una bruja se acercaba a la torre y llamaba a la muchacha.

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

El príncipe observó más emocionado que Flipper en el Aquapark y entonces comprendió que aquella era la manera de llegar hasta la muchacha de la hermosa voz. Tan pronto se fue la bruja, el príncipe, más rápido que las campanadas de fin de año, se acercó a la torre y repitió las mismas palabras:

-Rapunzel, tu trenza deja caer.

La muchacha dejó caer la trenza y el príncipe subió más felíz que un perro con dos colas.

Rapunzel al principio tuvo más miedo que en una final de tunas de gente joven, pues jamás había visto a un hombre. Sin embargo, el príncipe le explicó más empalagoso que medio kilo de leche condensada cómo se había sentido atraído por su hermosa voz. Luego le pidió que se casara con él. Sin dudarlo un instante, Rapunzel, más alterada que el código genético de la oveja Dolly, aceptó. En vista de que Rapunzel no tenía forma de salir de la torre, el príncipe le prometió llevarle un ovillo de seda cada vez que fuera a visitarla. Así, podría tejer una escalera y escapar. Para que la bruja no sospechara nada, el príncipe, que recordemos que era más pesado que un loro mojado, iba a visitar a su amada por las noches. Sin embargo, un día Rapunzel, que era más tonta que pellizcar cristales, le dijo a la bruja sin pensar:

-Tú eres mucho más pesada que el príncipe.

-¡Me has estado engañando! -chilló la bruja más enfadada que un cartero buscando el Barrio Sésamo, y cortó la trenza de la muchacha.

Con un hechizo la bruja envió a Rapunzel a una tierra apartada e inhóspita, más sola que un Danone sin un pack de seis. Luego, ató la trenza a un garfio junto a la ventana y esperó la llegada del príncipe, que como no solo era más pesado que una vaca en brazos sino que también era más avispado que una avispa en una Vespa, al llegar comprendió que había caído en una trampa.

-Tu preciosa ave cantora ya no está -dijo la bruja dando más la nota que un spaguetti con celulitis -, ¡y no volverás a verla nunca más!

El príncipe, más triste que en el velatorio de Chanquete, saltó por la ventana de la torre. 

Por fortuna, sobrevivió pues aparte de dar más vueltas que la Madre de Marco dándole esquinazo a él y al mono, cayó en una enredadera de espinas. Por desgracia, las espinas le hirieron los ojos y se quedó más ciego que Melendi en nochevieja, vamos que veía menos que Pepe Leches... (de quien por cierto soy fan)

¿Cómo buscaría ahora a Rapunzel?

Durante muchos meses, el príncipe vagó por los bosques, llorando igual que Rappel sin su túnica y más aburrido que el Hombre invisible haciendo sombras chinescas. A todo aquel que se cruzaba por su camino le preguntaba si había visto a una muchacha muy hermosa llamada Rapunzel. Nadie le daba razón.

Como era más flojo que la mandíbula de arriba estaba a punto de perder las esperanzas, cuando de repente escuchó a lo lejos una canción triste pero muy hermosa. Reconoció la voz de inmediato porque desafinaba más que el serrucho de Bricomanía y se dirigió hacia el lugar de donde provenía, llamando a Rapunzel.

Al verlo, Rapunzel corrió a abrazar a su amado como si no hubiera un mañana. Lágrimas de felicidad cayeron en los ojos del príncipe y de repente, algo tan extraordinario como la lencería de Disney o tan falso como un amigo de Facebook, sucedió:

¡El príncipe recuperó la vista!

El príncipe y Rapunzel estuvieron un tiempo dando más vueltas que los bailarines de Dirty Dancing y se perdieron más que los payasos de Micolor en el debate del Estado de la Nación pero al final lograron encontrar el camino de regreso hacia el reino. Se casaron poco tiempo después y fueron una pareja más feliz que un regaliz.

Y colorín colorado... patada en... ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!

Y colorín colorado... ¡espero que os haya gustado!

Aburrirse, no gracias

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